Una historia de sueños y desafíos.

 

         El 28 de julio de 1865 alrededor de 150 galeses desembarcaron en la provincia del Chubut, en las costas de lo que hoy es Puerto Madryn. Habían partido de Liverpool (Inglaterra) en el buque Mimosa y, después de una travesía de varios meses, eran los primeros galeses que llegaban a las tierras patagónicas con el objetivo de establecer allí una colonia.

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          Habían abandonado su tierra natal porque Gales estaba bajo el dominio de Gran Bretaña y, entre otras cosas, cada vez eran más duras las medidas que buscaban someter a los galeses a las imposiciones del reino. En consecuencia, muchos galeses soñaban con encontrar un lugar en el que, además de trabajar, pudieran practicar la religión protestante, hablar en galés y mantener su forma de vida. Por su parte, en aquel momento el gobierno argentino buscaba que familias procedentes de diferentes países vinieran a poblar nuestro territorio y a cambio ofrecía la concesión de tierra para sembrar.

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          Una vez aquí la vida no fue nada fácil para los primeros colonos. En su primer año de estadía no sabían aún como solucionar la escasez de agua para el riego  y la primera cosecha fue tan pobre que los dejó sin víveres. Fue tanta la desazón que los tentó la idea de partir nuevamente en un barco a probar suerte en otro destino.

Pero en 1867, una crecida del río Chubut le disparó el colono Aaron Jenkins una gran idea: abrir un canal para regar la tierra en la que se había sembrado el trigo y controlar que el agua corriera por él según la necesidad. Ese fue el punto de partida de buenas cosechas y un incipiente método de riego que en los años más tarde se perfeccionaría con la construcción de un complejo sistema de canales.

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          Nuevos contingentes de galeses llegaron entre 1874 y 1880. En 1878 la Colonia tenía 800 habitantes, contaba con 15000 hectáreas y la cosecha de trigo le permitía autoabastecerse y vender el excedente en Buenos Aires. Por aquellos años se construyeron alrededor de 30 capillas que, además de su función religiosa, eran utilizadas como salas para las sesiones del consejo y como escuelas. En las reuniones, mientras se trataban temas importantes para la comunidad, se bebía té y se los acompañaba con panes, dulces y tortas que elaboraban combinando viejas recetas con productos de la zona.

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          Aquellos galeses finalmente cumplieron parte de sus sueños. Con el tiempo los pueblos que fundaron se han convertido en ciudades y muchas de ellas conservan huellas de la labor de sus Pioneros. En Gaiman, por ejemplo, aún pueden apreciarse las acequias que llevan agua de los predios rurales, el particular estilo arquitectónico de unas viviendas añosas, con sus muros de piedra y las típicas casas de té que invitan a descubrir el sabor de una repostería cuyas recetas originales provienen del otro lado del Océano Atlántico.